climates

Dos climas: una visión

En el retrato fotográfico se busca una expresión del sujeto, más allá de sus características físicas. Este se somete por propia voluntad a la “dictadura” de la cámara. Es una síntesis entre la manera en que el fotografiado se posiciona frente a la cámara y la reacción del fotógrafo ante su presencia. La expresión resultante viene a ser determinada finalmente en la edición, en la selección de una fotografía entre las varias tomadas.
Lo más importante en el retrato es el rostro de la persona, porque en realidad se busca mostrar en la imagen un rasgo de su personalidad, un estado de ánimo que pasa por el filtro de interpretación del fotógrafo. Se llega incluso -al refinar el género- a “reflejarse” el retratista en los sujetos fotografiados.  Esta proyección de aquel que oprime el obturador, no es literal sino se vislumbra en la elección del sujeto, en el escenario y sobre todo en la expresión o carácter final.
Como la fotografía es contingente, o sea, no puede existir por sí misma, el retrato fotográfico es una máscara que se convierte en el rostro de la sociedad y su tiempo.  El retrato, si transciende los límites del mero juego que se establece entre retratado y retratista, se convierte en “autorretrato” por un lado y moneda de cambio social por el otro.
Los retratos fotográficos de Enrique Collar que comenzaron como apuntes para sus pinturas -la inmediatez de la fotografía permite acortar considerablemente el tiempo del sujeto frente a la paleta del pintor- terminaron teniendo vida propia dentro de su mundo fotográfico. Collar se vio envuelto sin querer al principio y ya con plena consciencia después, mientras iba desarrollando su trabajo de retratista, en el laberinto que propone el género.
La fórmula del pintor holandés Vermeer del siglo XVII -la historia de la fotografía  lo considera un precursor porque utilizaba la ciencia óptica de la cámara oscura para obtener la precisión “fotográfica” en sus pinturas- consiste básicamente en: fondo oscuro del interior de una habitación,  luz lateral ligeramente oblicua de alguna ventana,  rostro ladeado y una mirada intensa del retratado. Además, sus sujetos pertenecían a su mundo próximo y cotidiano. La mejor síntesis de la aplicación de estas reglas, es su pintura “La joven de la perla”.
Estos son los pasos que recreó Collar para sus retratos. Con estos buscó conectarse, cuatro siglos después, usando lo instantáneo de la fotografía digital en dos niveles -el pictórico y fotográfico- con el maestro holandés. Y lo logró no solo ejecutando mecánicamente su legado sino sumergiéndose en sus personajes, robándoles su alma y fusionándolas con su propia visión. Mirada penetrante que debe mucho a su propio carácter melancólico, producto de una interminable siesta en su Itauguá-Guazú natal que su Róterdam actual no pudo doblegar.
Asunción, 21 de octubre de 2012       Carlos Bittar
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